En casa de mi abuela siempre hemos pasado la Noche Buena. Ella siempre ha sido religiosa, por lo que había tradiciones que más bien eran reglas, una de ellas era Nadie abre los regalos hasta la media noche, y sólo después de poner al niño Jesús en el nacimiento. Para unos niños inquietos y desesperados por tener regalos, lo anterior era muy difícil de sobrellevar y, por supuesto, no lo hacíamos. La curiosidad siempre se imponía. Aprovechando cualquier oportunidad nos escabullíamos para tomar un regalo y medio abrirlo. Tal vez no podríamos jugar con él, pero al menos ya teníamos una idea de lo que venía. Al llegar las doce yo ya sabía cuáles eran mis regalos, a excepción de uno, el que me daba mi padre. Ese siempre estaba escondido en algún lugar, nunca a la vista, sin oportunidad de abrirlo a deshoras. Gracias a esto, siempre había una sorpresa presente. Mi padre nunca me preguntaba qué era lo que yo quería, él trataba de escuchar mis pláticas y sacar conclusiones. ...
Comentarios